martes, 2 de junio de 2009
Nuevos Horizontes: el litchi y el rambután
Nuevos horizontes, así se llama el apartado que pretende definir (morfológica y culturalmente) los ingredientes que, en este caso, pertenecen a la cultura asiática, y que por lo tanto son nuevos para nuestro archivo gustativo-social-cultural.
Antes de empezar a definir ingredientes nuevos, es muy importante intentar neutralizar aquéllos que no son meramente nuevos pero que desde aquí sí lo son; porque a menudo nos llegan productos de orígenes diversos que por motivos de transporte y acondicionamiento, entre otros, se alejan de su autenticidad.
Empiezo con una familia que me apasiona, a la que pertenece el litchi. Y me encanta por su complejidad aromática y gustativa (en apariencia, inofensiva), así también sus superlativos en orden ascendente, en cuanto a su persistencia fragante y sensitiva, de menor a mayor.
Para empezar, reconozco que es una lástima el desorbitado precio de estos productos en nuestro país (más bien, una barbaridad), pero no vamos a entrar en este aspecto porque restaría interés a la verdadera esencia de estas frutas.
LITCHI BANGKOK: Su tamaño es mucho mayor al que estamos acostumbrados. La carne se desgrana como si se tratara de un gajo de pomelo o mandarina, es impresionante. La textura de su carne es menos acuosa y aporta mayor sensación de pulposidad; es un litchi común pero más seco y carnoso. Su sabor es otra historia. Un gusto mucho más cercano a nuestras uvas blancas en su mejor estado de madurez, muy dulzón. Pero lo que realmente nos aleja de nuestra "cruda realidad " es su perfume. Si en nuestro país lo asociamos a las rosas, en este caso su conexión se establece mucho mejor con la flor de naranjo o azahar. Resumiendo, no tenemos ni idea de lo que es un litchi. Bueno, sí, rectifico, sabemos de su aspecto, pero poco más.
RAMBUTÁN BANGKOK: Con frecuencia, el problema del rambután (hermano pequeño del litchi, en cuanto a intensidad aromática y gustativa. Lo repito para que no se tome a cachondeo) es que nos llega excesivamente maduro. Otro de los defectos a su llegada a nuestro mercado es que la parte superior no se encuentra en estado óptimo, y hay que desecharla porque afectaría al resto de la fruta. Por aquí los rambutanes son dos veces más grandes y su color (independientemente de su aspecto exterior, velludo) es rojo intenso. Esta tonalidad, según me comentan, indica su perfecto estado de madurez, y debe diferenciarse del tono granate, señal inequívoca de exceso de madurez.
El hueso y cáscara que envuelve el hueso tampoco tienen nada que ver con lo visto hasta ahora. En estos rambutanes autóctonos, el hueso es más pequeño y la película desagradable que lo cubre es dura y algo inferior. Pero su sabor no se excede en sensación de madurez, cercano a la fermentación (debido al desarrollo excesivo de sus azúcares). Su gusto es más intenso y duradero y seguramente se debe -como en el caso de los litchis- a que es una fruta menos acuosa y más carnosa. Por este motivo, permanece más tiempo en boca, para seguir recordándonos a unas uvas blancas sin piel, sin astringencia y sin acidez… pero con unos toques lácteos de matiz cosmético (por ejemplo, de leche de almendras.
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